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... Israel & sus paranoias ...

Perseguir un sueño


Anoche volví a soñar. Dicen que lo hacemos todas las noches y que sencillamente no siempre recordamos el contenido. Hay sueños para todos los gustos: raros y difícilmente explicables, otros que sobresaltan y aun otros que trastocan emocionalmente. Generalmente estos últimos son los relacionados sentimentalmente con personas externas.
En 2007 tuve un par memorables dentro de este tercer tipo con … llamémosles A y E. Apenas logré recordarlos al despertar. No iban más allá de una maraña de elementos desconcertantes con algunas briznas de sensualidad que jamás se adentraron en el erotismo. Ayer sucedió una vez más. Este a diferencia de los anteriores era nítido, diáfano hasta tal extremo que los protagonistas parecíamos figuras a pleno color dentro de una película teñida con mil grises distintos. Me desperté con la sensación de haber dejado atrás algo inconcluso y pasé a cerciorarme de que mi estado, pese a mi resfriado, era afebril. Así pues no era una mente ardiente la causante de semejante sucesión de eventos sino una cabeza fría y serena que combinaba vivencias y hechos junto a un corazón que aportaba los sentimientos.
Afectado por la experiencia decidí transcribir los detalles al instante y usé, haciendo las veces de libreta de los recuerdos, lo que yacía más a mano: mi titilante teléfono móvil que conectado a la corriente se esforzaba por cargarse para irradiar su energía en días venideros. Bajo la tenue luz de su pantalla LCD, en plena madrugada, acostado y arropado únicamente por mi mudo edredón, le confesé a él mi secreto reciente mejor guardado. Tecla tras tecla rememoraba el sueño con una lucidez asombrosa mientras tejía, (Dios me perdone) en lenguaje SMS, la historia de una agradable noche de invierno. Una tecla más y el pasado, sin escatimar colores, pasaría a formar parte del futuro. Mi hermética fuente de recurrencia me agradeció la confianza depositada en ella esbozando un escueto “Guardado” cual ojo amigo que guiña desde la distancia como símbolo de complicidad. Entonces recordé aun más detalles que previamente me habían pasado inadvertidos pero decidí que eran prescindibles y que el mero hecho de haberlos recordado los convertiría en indelebles en mi, todo sea dicho de paso, en ocasiones olvidadiza memoria.
Ahora sí estuve preparado para hacer un esfuerzo consciente por recordar aun más. Desgraciadamente no avisté éxito en la empresa y desistí en breve. Me sumí entonces en la fase de análisis concienzudo de lo oculto tras lo vivido. Un deseo fervoroso de devorar los escritos de Freud se fue apoderando de mi interior. Sonreí pensando en como el padre del sicoanálisis habría encontrado instantáneamente algún vínculo sexual con mi pasado como infante o en su defecto con mi presente como adulto. A su vez, lamenté no haber dedicado previamente algo de mi tiempo a dicha lectura especialmente apta para los que suelen mirar el diván desde el otro lado y decidí que el insomnio presente tras el sobresalto emocional era lo suficientemente cómodo para instalarme en él a la espera de un atisbo de racionalización de lo soñado.
Y llegó la racionalización de lo permisiblemente racionalizable. Indagué uno por uno en los motivos por los que determinadas personas decidieron obtener un papel como extras en mi sueño. Familiares, algunos amigos cercanos e incluso meros conocidos se esforzaban por lanzarse al estrellato con sus apariciones estelares. Ahora que pienso, quizá debería matizar y sustituir la expresión egoísta “mi sueño” por una de carácter antónimo a la par que más certera pues al fin y al cabo es la motivadora de todo este embrollo, a saber: nuestra película. Eso sí es algo de lo que rápidamente me percaté. A ella le había sido otorgado el papel estelar de coprotagonista. No era una invitada mental, era más bien una destacada actriz sentimental. Debía estar ahí porque en lo recóndito del corazón una llamita iba siendo aventada y cual brasa ardiente contribuía al idilio. Pese a la dificultad del papel a realizar ella tuvo una actuación que eclipsaría a las mejores divas de Hollywood. Cierto, las exageraciones son altamente perjudiciales pero en esos momentos dulces cualquier comparación que se precie cumple dos premisas: la persona comparada sale siempre exitosa y en caso de no hacerlo la propia comparación adquiere automáticamente una importancia relativa.
Tras el análisis más o menos pormenorizado de los personajes le llegó el turno al decorado. Fue, sin dudarlo, la parte más fácil. Una localización presente habitualmente desde mi época prepúber hasta los inicios de la mayoría de edad. Innumerables veces he recorrido solitariamente ese trayecto realizando, casi en su totalidad, las mismas paradas que ayer soñé. Había ligeros cambios, como si ciertas partes no hubieran sido actualizadas desde hace años, además de objetos externos claramente fuera de lugar, junto a ellos se apreciaban elementos presentes en ocasiones puntuales como eran los festejos de mi antiguo barrio. El mayor cambio, sin embargo, era el que me acompañaba abriéndonos paso entre el gentío.
Y allí estaba yo, y ella, y ambos. Caminando directos a ver qué deparaba el destino. Dejamos atrás a la gente avanzando sin titubear. Y ocurrió. Entrelazamos nuestras manos dedo a dedo. Palma con palma. Escapábamos del bullicio cuyo rumor amenazaba con enturbiar la ocasión. Y anduvimos un paso más allá en la escalera amorosa. Un paso decidido. Un paso sentido previo al colofón asomando en el horizonte. Y ocurrió. Nos besamos. La pasión desbocada en porcentajes distintos fue equilibrándose con el devenir de los segundos. Nos miramos y sonreímos avergonzados por los sonidos provenientes de tal bella muestra de amor.
Y desperté, maravillado y sorprendido. Entonces dio comienzo el análisis de mis sentimientos ad infinitum. Medité en lo bien que me sentí durante el sueño. En ese instante, en la vigilia de la noche, tras rememorar vez tras vez lo ocurrido reparé en que aun debía analizar los diferentes encuentros acaecidos con los extras y determinar su significado. Supe al instante lo que venían a decirme. Lo supe y quise negarlo, evadirme, obviarlo, desterrarlo de mi mente. Desgraciadamente sus ecos incrementaron su latencia, se hicieron más y más persistentes. ¡Malditos extras que quieren asaltar mi sueño! – pensé. Y me invadió un terror desconocido. Con el cariz de aquel miedo que le sobreviene a quien debe enfrentarse a sí mismo. Con la remanencia de aquel miedo que ha venido para instalarse durante una larga temporada. Su cruel presencia me afectó. Emborronó mi sueño para siempre. Me hizo comprender que los sueños, sueños son. Por otra parte, reconozco que fue gentil. Me obsequió con la posibilidad de perseguirlo, de acercarme a su cumplimiento tanto como quisiera. Se me acercó en la oscuridad de mi cuarto y sencillamente me susurró maléficamente: “Persíguelo. Lo que por un lado obtengas, por otro lo pierdas. Es tu castigo por soñar”.
Fue entonces cuando el miedo se disipó temporalmente. Le cedió paso de nuevo a mi compañera de reparto y mientras tanto comprendí que el año empezaba soñando con una nueva letra correlativa en mi lista.

3 comentarios

ana -

jeeje...me hubiera gustado ver esa expresion en tu cara...tipica del enamorado.

eso es vivir un sueño.

jose -

Los sueños nos alientan,nos hacen concebir lo imposible como posible...pero la realidad equilibra en nustro sueño de hacer realidad lo que soñamos...sin perder de vista que ,como bien dices,los sueños sueños son ,y la realidad es que solo tenemos un grado de decision sobre nosotros mismos pero aunque quisieramos a veces , no sobre los demas.Un buen articulo.

Javi. -

lo peor son los sueños oniricos