El pianista o la parábola de la no correspondencia
Había una vez un pianista extremadamente deseoso de poder ofrecer su primer concierto. Tras años de dedicación, esfuerzo constante, práctica diaria y estudio de los grandes compositores clásicos: Mozart, Beethoven y Chopin entre otros, se veía sobradamente capacitado para deleitar al público con su interpretación.
Uno de los problemas presentes era la escasez de buenos auditorios donde su música resonara de la manera idónea. Además él tenía poca idea de cómo organizar semejante evento. Así pues dispuso en manos de unos promotores todo lo relacionado con la organización. Estos le aconsejaron que regalara las entradas como medida publicitaria. No le convencía dicha idea pues pensaba que un público interesado disfrutaría mucho más de tal evento pero hizo caso de los consejos recibidos pensando que una mayor experiencia era garantía de éxito.
Llegó el tan deseado día de concierto. El auditorio, a rebosar, aguardaba impaciente el inicio de la función.
Empezó el concierto cómo mandan los cánones: con música suave y cautivadora que atrajera la atención de los presentes y permitiera acomodarse a los recién llegados. Prosiguió “in crescendo” con melodías más arriesgadas y seductoras, ritmos frenéticos próximos al clímax musical que dejarían boquiabierto al público más selecto. Para más adelante quedarían las piezas románticas, de éxito garantizado, al alcance únicamente de los paladares sinfónicos más finos y entrenados. Era precisamente en ellas en las que más había trabajado y donde su progreso se había manifestado más plausiblemente. Sin embargo, dicho momento jamás llegó.
El público, congregado al azar por unos pésimos gestores, manifestó constantemente su indiferencia, cuando no su malestar, por una música que ni entendía ni quería entender. Gritos, silbidos, abucheos y mofas inundaban el recinto desde sus confines. Esperaban otra cosa. No se habían molestado, ni siquiera, en detenerse unos momentos a leer el panfleto entregado juntos con las entradas regaladas donde advertía del contenido musical de la noche. Lo que es peor aun, no habían preparado sus oídos para prestar atención a lo que jamás habían oído, a lo que alguien recién llegado a la ciudad podía ofrecerles, a cómo ese alguien podía abrirles ante sus oídos un mundo nuevo de sensaciones y disfrute auditivo.
El pianista atónito empezó a cavilar. ¿Debía actuar rápido o esperar una hipotética calma de semejante tumulto? Multitud de dudas se agolpaban en su mente. ¿Debía quedarse y seguir tocando sus piezas incesantemente según el programa? ¿Sería una buena opción cambiar el estilo de su música y adaptarla a los gustos de los presentes? ¿Quizás intercalar una breve disertación entre tema y tema para lograr captar la atención del público sobre aquello que su música podía aportarles? … ¿O quizás simplemente lo más sabio fuera levantarse e irse?
Tardó en reaccionar unos cuantos compases mientras ordenaba sus pensamientos, evaluaba las posibles ramificaciones de las diferentes opciones disponibles y escogía aquella que le pareció oportuna.
Y … se levantó. Se fue. Desapareció. Se marchó a otra ciudad donde anteriormente el público había demostrado aprecio por esa clase de música. Allí celebró un concierto de éxito inigualable. No le hicieron falta más pues fue feliz viendo que mientras él con presteza y delicadeza las teclas de su piano acariciaba, las cuerdas de éste vibraban al unísono con el público que en su interior se sentía cada vez más movido a demostrar amor y gratitud por sus bellas melodías.
10-10-06 / 07-11-06
Israel
Esta es una historia con gran significado en sus días. Espero que os guste tanto como a mi me relajo escribirla.
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